viernes, 30 de diciembre de 2011

El fin se acerca

Termina un año más, otra vez los abrazos, las sentidas despedidas (aunque el lunes se vuelvan a encontrar) los mejores deseos para aquellos a quienes despreciamos durante 364 días, los balances con lo bueno que nos pasó, lo regular y las cosas por mejorar (porque aunque haya cosas malas debemos manejarlo de forma gerencial), en fin, todo lo que conlleva esta época en la que la falsedad e hipocresía afloran de manera natural.

El afán por comprar la pinta para el 31, la necesidad imperiosa por salir al pueblo calentano más cercano, la champaña barata, las uvas, yerbas y diferentes granos que asegurarán el éxito económico del siguiente año, la ridícula vuelta a la cuadra con maletas que garantiza viajar durante todo el año, la nostalgia y el llanto por ese año que está terminando (pese a que se haya maldecido gran parte del mismo por lo terrible que es vivir en Bogotá cuando nos merecemos la vida de un escandinavo, un australiano o un neozelandés y no la de un descendiente de indígenas de corta estatura, piel curtida y amor por la barbarie).

Un año más en el que tuvimos que soportar toda suerte de realitys criollos con jurados llenos de perdedores, frenéticos por hacerle sentir a los demás lo que ellos han vivido en carne propia a lo largo de sus patéticas carreras, presentadoras y presentadores que aún buscan por internet un sitio para adquirir clase y algo de cultura no importa el costo.

A eso le podemos sumar los terribles noticieros, carentes de humanidad, profundidad, análisis, soportados en eternas secciones de farándula en los que las insufribles estrellas nacionales desnudan sus miserias y le enseñan a la teleaudiencia lo último en tendencias y el cómo ser feliz mientras se hace lo que más les gusta y para lo que nacieron dotados.

Tuvimos la oportunidad de ser guiados a través de la radio por grandes gurús del conocimiento, la clase, la moda y la gastronomía que de manera humilde compartieron a lo largo de cada día sus incontables experiencias en tierras europeas y en suelo norteamericano donde - además de haber trabajado en un valet parking o en un Mac Donald’s- han tenido la oportunidad de frecuentar los mejores cafés, restaurantes y tiendas de grandes diseñadores (en todos preguntaron si recibían bonos de sodexho antes de entrar).

Por supuesto, estos amantes de la tranquilidad del primer mundo quienes no pidieron nacer en Colombia pero fueron víctimas inocentes de la desigualdad del mundo, hoy desparraman el resentimiento contra Bogotá, contra sus padres y contra todo lo que les produce dejar de existir y ser un cero a la izquierda una vez que cruzan la frontera.

Podría seguir en todo tipo de reflexiones sobre el año que termina pero prefiero guardarlas o compartirlas con los más cercanos, no son muchos pero si suficientes.

Espero que el 2012 sea un buen año para el país, que todos aquellos que reniegan de su nacionalidad o de la ciudad que habitan, encuentren su lugar en el mundo (hay buenas oportunidades en Afganistán, Irán, Irak, Somalia, Ruanda, entre otros), que los políticos de turno hagan algo productivo (por ejemplo construir una biblioteca en el sitio de reclusión que les corresponda), que los ex presidentes hagan buen uso de su retiro y los veamos únicamente en libros de historia para alumnos de primaria, que los dirigentes deportivos dejen de chupar, sacrifiquen su tiempo con prepagos e inviertan pensando en conseguir algo positivo, en fin, espero que el próximo año no se acabe el mundo pese a los grandes esfuerzos de la mayoría para que esto ocurra.