viernes, 24 de agosto de 2012

No más odio


Encontrar la palabra odio en las redes sociales o escucharla en cualquier conversación se ha convertido en algo tan común que simplemente parece indicar que las personas perdieron la noción de su significado y la carga que conlleva.

El odio es la repulsión hacía algo, la ausencia absoluta de amor y un término que acarrea violencia, y desprecio. Es una palabra ligada históricamente con los genocidios, las guerras, los sicópatas y los personajes más destructivos y dañinos que el mundo haya conocido.

Muchos podrán decir que a diario cuando hablamos con nuestros amigos los llamamos “marica”, “huevón”, “idiota” y no lo hacemos para ofenderlos, ni porque los consideremos así, por el contrario es una muestra de confianza y cercanía. Yo mismo lo hago y en cierta forma estoy de acuerdo pero con lo que no puedo coincidir es con el uso tan light del odio, con esa facilidad con la que se suelta semejante vocablo.

Un país como el nuestro en el que cada día la gente se sorprende menos con atrocidades que en cualquier otra parte harían movilizar a toda su población para lograr cambios y medidas inmediatas con el fin de evitarlas y castigarlas, no puede contemplar al odio como parte de su cotidianidad. 

No se si exagere, no se si ver esa palabra me impresiona solo a mi y le doy más importancia de lo que debería pero la verdad es que me genera malestar, me preocupa la expresión de odio, la manifestación del mismo a las personas que no son de nuestro agrado, al equipo de fútbol rival, al político, al deportista, al artista, al vecino, al jefe, al taxista, al policía, a todo aquel que no es de nuestro agrado.

Me preocupa que la gente odie un sitio, una relación, un recuerdo, un artículo, una ciudad, un programa de televisión. Dónde está nuestra tolerancia y el respeto por lo que a algunos seguramente les gusta y a nosotros no. 

Hay muchas cosas que no me gustan pero no las odio, hay cosas que repudio pero todas están vinculadas con la violencia, con el maltrato, con actos atroces que lastiman a seres humanos, a seres vivos, a ideales, a sueños.

Con todo y lo que repudio esos actos y a quienes los perpetran no me quiero llenar de odio, no quiero ser como ellos, no quiero convertirme en ellos. 

No vivimos en un mundo ideal, no tenemos las facilidades que quisiéramos tener, no estamos dentro de un sistema justo y cada día es una prueba de supervivencia, de tolerancia, de interpretación de una realidad que nos lastima, que nos carcome, que no da espacio a los débiles y que genera una necesidad de fortalecimiento, de endurecimiento, de construcción de barricadas, de corazas para protegernos.

La sociedad está prevenida, los prejuicios al orden del día, la desconfianza es la ley y dar papaya no está permitido. Competimos a cada instante, hasta para subirnos a un bus. Con todo lo que representa vivir como lo hacemos, el odio es algo demasiado fuerte para aceptarlo, para aprobarlo, para consentir su uso.

Nunca había escrito tanto la palabra odio como hoy en esta columna, de hecho, procuro tenerla fuera de mi léxico pero hoy, cuando me la encuentro cada vez que abro mi cuenta de Twitter o la de Facebook,  siento que vale la pena escribir sobre ella, esperando que cada día su presencia sea menor, confiando en que quien me lea reflexione sobre lo que ha implicado para la historia de la humanidad la conjugación del verbo odiar.

Hiroshima y Nagasaki, el holocausto perpetrado por los nazis, las masacres en países africanos por el odio existente entre tribus, etnias, religiones. La situación de Palestina e Israel, las divisiones de países balcánicos por temas étnicos con genocidios impensados, nuestro conflicto armado, todo esto tiene como base esa palabra que hoy con tanta facilidad soltamos como un modismo más.

Créanme, no amo a todo el mundo ni tengo tanto amor para dar que me gustaría salir a repartir abrazos a desconocidos. No salgo a repartir sonrisas ni vivo pensando en lo bonito que sería el mundo tal y como lo ponen en las portadas de las revistas que ofrecen algunos grupos religiosos, en las que se ve a la gente en medio de leones y criaturas salvajes jugando y departiendo en los parques.

No me interesa ese tipo de idealismo, me conformo con vencer nuestra indiferencia histórica frente a los problemas que nos azotan y no conformarme con la idea de no hacerle daño a nadie pero tampoco ningún bien. Me gusta ser parte del cambio, me gusta participar activamente aunque me equivoque y vaya en contra del pensamiento de muchos, y creo que rechazar el uso de la palabra odio es parte de ese cambio que necesitamos.

Espero que no me odien por escribir esto. Espero que antes de escribir, aunque sean esos 140 caracteres que hoy nos definen y nos permiten expresar lo que sentimos, pensemos bien cada la carga que una sola palabra puede tener, en especial esa, el odio.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Las mujeres de un país de machos


En una idiosincrasia que por tradición ha sido machista como la nuestra y en la que todos los días se marcha y se lucha contra la violencia de género, son un grupo de mujeres las que han sacado la cara por Colombia en diferentes escenarios del mundo.

Quién no le ha profesado su amor y devoción en los últimos días a la bellísima y talentosa Mariana Pajón, quién no se ha unido al clamor de Yuri Alvear y Jaqueline Rentería por un mayor apoyo al deportista colombiano, y quién no se erizó con la sonrisa espectacular de Caterine Ibargüen frente a un estadio olímpico repleto que se rendía a sus pies.

Estas luchadoras incansables cuyo destino las ha cruzado en el mismo lugar y espacio de tiempo para darle a nuestro país la alegría más grande en mucho tiempo y unir a todo un pueblo en torno a una situación positiva y esperanzadora, son mujeres que como cualquier otra han vivido en carne propia la desigualdad y la indiferencia de nuestra sociedad.

Estas cuatro campeonas encarnan la imagen de la mujer colombiana, sin importar la región de la que provengan, su status social, su situación familiar y económica, son una muestra ejemplar del espacio y la importancia que su género tiene para el desarrollo y la resolución de los problemas en el país.

Ya de tiempo atrás vienen siendo ellas, las mujeres colombianas, quienes ponen en alto la bandera nacional y esparcen una imagen positiva en el mundo, quienes de una u otra manera hacen contrapeso al estigma que nos marca desde hace varias décadas gracias al narcotráfico, la violencia, el conflicto armado y más recientemente, atrocidades como las víctimas de quemaduras con ácido.

Así como estas hermosas deportistas, también otras mujeres capaces y talentosas se han dado un lugar en el mundo y nos han abierto puertas donde otros luchaban por cerrarlas para siempre con sus actos. 

Ángela Patricia Janiot, es una de ellas. Más de 20 años liderando la cadena más importante de noticias en idioma español, la convierten en un referente del periodismo mundial y alguien que promovió una invasión de profesionales colombianos en CNN y otros medios similares.

Catalina Sandino, es otra muestra del potencial colombiano, es la única colombiana nominada a un premio Oscar de la academia y sin duda se ha ganado el respeto de los directores y actores más influyentes del mercado cinematográfico.

Sofía Vergara, la hermosa barranquillera, dueña de una belleza sin igual y un carisma envidiable, es hoy en día la actriz mejor pagada de la televisión norteamericana. Nominada en tres ocasiones al Emmy y dos veces al Globo de Oro, lo que la convierte en un ícono de Hollywood y un orgullo para nuestro país.

Angie Cepeda y Juanita Acosta, dos actrices fantásticas que han hecho carrera en España, logrando convertirse en favoritas de los directores ibéricos. Martina García, es otra bella actriz que se ha ganado un lugar importante en el cine internacional.

Claudia Palacios, Silvia Tcherassi, Fanny Mickey, María Isabel Urrutia, Flora Martínez, Shakira, Ximena Restrepo y muchas otras han sido embajadoras del buen nombre de Colombia alrededor del mundo y sin duda, han sido, son y serán líderes en cada una de sus áreas de trabajo.

Como vemos, en un país marcado por el machismo, en pie de guerra y donde se compite de manera desleal hasta para subirse al bus, son ellas las que han mostrado el camino a seguir, son las Marianas, Marías, Caterines y compañía, las que en medio de la convulsión, la injusticia, la violencia, la corrupción y el desconcierto, han encontrado la claridad para sobresalir.

Desde mi propia madre en adelante, debo decir que Colombia, esa patria que amamos pero que parecemos empeñados en acabar, se sostiene hoy en día gracias al tesón de nuestras mujeres, a su deseo por salir adelante, por darle la cara a la adversidad y por regalar siempre una sonrisa en el momento justo.

Desde esta pequeña tribuna quiero agradecerle a las mujeres de Colombia, a las conocidas y a las anónimas, por todo, quiero decirles que me uno a ellas en su clamor de justicia contra sus maltratadores, que me uno a ellas para combatir a quienes se atreven a atacarlas con ácido, a violarlas, a subestimarlas.

Mil y mil gracias.  

miércoles, 8 de agosto de 2012

Sofía y el terco, el renacer del cine colombiano.


El fin de semana tuve la oportunidad de disfrutar junto a una pareja de amigos de esta sencilla y emotiva película colombiana que sin duda es la antítesis de lo que hasta el día de hoy ha caracterizado a la pobre filmografía nacional.

Sofía y el terco es una película para disfrutar, una cinta que más parece una fábula en la que lo único que uno desea es el final más feliz para cada uno de sus personajes. 

Al que ingresa a la sala esperando las 50 vulgaridades por minuto de siempre, las tetas y el culo de la protagonista en primer plano, las escenas eróticas, los guerrilleros, los paramilitares, los narcotraficantes, los gamines, los sicarios o los ladrones, seguramente le va a generar cierta frustración y como decían cuando Mockus era candidato a la presidencia, van a decir que eso funciona en Suecia o Noruega pero no acá.

Nos hemos vuelto tan masoquistas y voyeristas que la sangre que vemos en los noticieros combinada con el sexo, las groserías y los antivalores de los realities no son suficientes para saciar nuestra sed de morbo y violencia.

Por esto, la opera prima de Burgos es una muestra de un cine alternativo en el que, pese a todo lo que vivimos en un país convulsionado e indiferente como el nuestro, se puede plasmar el lado humano y cálido de las personas tanto conocidas como desconocidas sin importar su región, clase o color de piel.

Burgos narra un cuento costumbrista partiendo de ese anhelo de miles de colombianos por conocer el mar y salir de la rutina en que se convierten sus vidas, aun cuando esta sea tranquila y apacible.

Sofía, el personaje interpretado por la extraordinaria Carmen Maura, es una mujer consagrada a su marido, el típico hombre acostumbrado a trabajar y esperar ser atendido cuando está en casa, interpretado magistralmente por Gustavo Angarita. Maura, siendo española, realiza una interpretación fantástica de una mujer de pueblo colombiana, con una mirada inocente pero que a la vez es capaz de comunicar todo sin necesidad de palabras.

Pocos personajes hacen parte de la fábula, todos muy bien elaborados, conforman un rompecabezas sencillo que lleva al espectador por 90 minutos de emociones enmarcadas en sentimientos positivos, en esperanza, en solidaridad, en confianza y amor por los demás.

Para muchos esta puede ser una película de ciencia ficción, más en un país donde rara vez nos importa lo que le pase  a los demás y nos reímos de quien actúa con inocencia y nobleza, tildándolo de montañero o carente de la malicia indígena que tanto nos gusta resaltar como colombianos.

Seguramente la taquilla de Sofía y el Terco no va a competir con alguna cinta que tenga la empelotada de tres o cuatro mujeres despampanantes y maneje el humor vulgar y bajo que tanto gusta en nuestra sociedad pero Burgos fue valiente y se mantuvo en su idea de contar una historia sin más ni menos de lo necesario.

Para resaltar la música y la fotografía de la cinta, espero conseguir el soundtrack en alguna tienda de discos y ojalá que Burgos continúe su carrera cinematográfica explorando el género que quiera pero conservando el toque de distinción que tuvo en su primera obra.

Les aclaro que no tengo nada en contra de ver un buen par de tetas o las escenas de violencia siempre y cuando hagan parte de un todo bien realizado y de una historia interesante y envolvente pero no como el único o el mayor atractivo de una película.

Esperemos que esta cinta y Chocó sean como el renacimiento de un cine nacional que logre cautivar al público y le brinde un parámetro de mayor exigencia en cuanto a calidad y contenidos.
Que cintas como estas nos saquen de la rutina de cada año cargada de películas estúpidas en las que ridiculizamos todo lo que consideramos autóctono y las cuales nos alejan del respeto internacional por nuestro cine.

Felicitaciones para Burgos, Maura, Angarita, Duque y todos los que hicieron parte de este bello experimento y mis más sinceros deseos por una larga vida en el celuloide para aquellos que creen que Colombia es más que putas, narcos, políticos corruptos, sicarios, guerrilleros, paramilitares y futbolistas.

miércoles, 1 de agosto de 2012

Medallas al valor


Llegaron los Juegos Olímpicos de Verano en Londres y con ellos las ilusiones de una Nación como la nuestra que necesita de todo tipo de alicientes para hacer más llevadera su convulsionada situación socio-económica.

Más de 100 guerreros colombianos con mucho menos herramientas de preparación que las delegaciones de los países del primer mundo y en la mayoría de los casos sin poder dedicarse exclusivamente a sus deportes, viajaron con la esperanza de darle al país las alegrías que en otras áreas del quehacer nacional no son más que utopías.

Es cierto que el gobierno a través de COLDEPORTES y la empresa privada han mejorado en algo las condiciones de los deportistas de élite pero aún estamos lejos de las que tienen sus contrincantes en los países del primer mundo.

Mientras que en cualquier país de Europa o Norte América un deportista de elite es una estrella bien remunerada y con cientos de patrocinios encima, contratos de exclusividad y un reconocimiento absoluto de su pueblo, en Colombia con contadas excepciones son personas de pasados precarios en lo económico que buscan en el deporte encontrar un salvavidas para sus familias.

Por esto, siento que cada medalla de nuestros deportistas es un logro mucho más valioso que el de cualquiera que ha recibido todo y le han acondicionado el camino para lograrlo. Me atrevo a asegurar que es una medalla al valor, porque además de competir contra cientos de rivales con mejores oportunidades y condiciones, también compiten contra la indiferencia, contra la intolerancia, el abandono y la desorganización de nuestro país.

Para no ir más lejos hay que ver la forma en que Rigoberto Urán logró su medalla de plata en ciclismo en ruta. Un par de horas antes de iniciar la competencia no se encontraba inscrito, típico de nuestras delegaciones. El caso de Figueroa no es menos lejano de nuestros conflictos eternos y por poco se queda por fuera de la delegación y de competencia por querer entrenar con su técnico de siempre en el Valle y no con el búlgaro que dirige a la selección colombiana de halterofilia.

Como vemos, la competencia es fuerte desde antes de estar en el campo de batalla de cada deporte. No quiero dejar de lado la otra lucha de nuestros deportistas, esa que los enfrenta contra sus miedos, contra el derrotismo eterno que ha marcado nuestra historia olímpica, nuestra falta de jerarquía y de mentalidad ganadora.

Es un descaro exigirles medallas a los nuestros cuando apenas estamos empezando a hacer las cosas medianamente bien en temas de apoyo al deporte. La mayoría de nuestros representantes sueñan con la casa prefabricada en el barrio popular donde se criaron para que su mamá pueda vivir en algo propio por primera vez.

Los que mejores condiciones han tenido y han crecido en ambientes de comodidad, igual llevan ese gen de la falta de jerarquía, un día nos deslumbran con una actuación mágica y al siguiente pierden contra el aguatero de cualquier país.

Si nuestros gobiernos destinaran un 1% de lo que invierten en la guerra seguramente estaríamos hablando de Colombia como la mayor potencia latinoamericana en el ámbito deportivo pero no, mientras nuestros funcionarios públicos, congresistas, gobernadores, alcaldes y otras autoridades desfalcan al país de la manera más descarada con cifras de billones de pesos, Figueroa y Urán recibirán 73 millones de pesos cada uno por su medalla de plata.

Muchos dirán que es un esfuerzo del gobierno para incentivar a nuestros deportistas pero es una cifra menor cuando se tiene conciencia de los pocos deportistas que realmente tienen posibilidad de traer una medalla a casa.

Celebro que esta sea la delegación más grande de Colombia en unos juegos y también la de mayor calidad, sin embargo, el Comité Olímpico Colombiano y las diferentes ligas necesitan una mayor inyección económica y programas orientados a la formación integral de los deportistas, estudio y deporte de la mano.

En un país famoso en el mundo por sus medallas (la del Divino Niño, las 500 vírgenes a las que se acude y los 365 santos a los que se encomiendan) las únicas que escasean son las deportivas, sólo una de oro ganada por la gran María Isabel Urrutia con un mérito aún más grande ya que para ese entonces hasta en esteras sobre la tierra tenían que dormir nuestros deportistas.

Está claro que es una obligación del Estado aumentar el apoyo a los deportistas y no únicamente de los colombianos del común a través del aporte voluntario en los impuestos, como lo dije antes no se puede vivir pensando únicamente en presupuesto para la guerra, algo que para muchos se ha convertido en un negocio que se debe sostener a como de lugar.

Ojalá y llegue el día en el que estemos arriba en los deportes de primer orden, atletismo, natación, gimnasia, básquet, vóley, fútbol, tenis, deportes en los que vayamos de tú a tú con los países más poderosos del mundo y que sean complementados por aquellos en los que tenemos alguna figuración actualmente como el patinaje, las pesas y, cada vez menos, el boxeo. 

En conclusión, cada victoria de nuestros deportistas es un caso de éxito en medio de las dificultades, una muestra de nuestra capacidad para lograr cosas venciendo rivales más complicados que los que enfrentamos en el campo de juego, venciendo al pesimismo, al conformismo, a la discriminación y la indiferencia que desafortunadamente se han arraigado en nuestra cultura.

Espero que el deporte nos una, aunque sea por unos minutos para mirar en la misma dirección y soñar despiertos que todos somos uno solo y que unidos podemos sacar adelante a un país convaleciente que no soporta más golpes.