Hace unos cuantos días hablaba con una amiga sobre los
estados que colocaba en sus redes sociales, le preguntaba el porqué de sus
mensajes recurrentes sobre la felicidad que la abruma y su necesidad de aclarar
que no necesita a nadie.
Se lo pregunté a ella por la confianza que tenemos pero es
sólo uno de los tantos casos con los que me encuentro cada vez que miro
whatsapp, Facebook, Gtalk, twitter, msn y cuanta forma online de comunicarse existe.
Por supuesto, mi interlocutora me aseguró que su ex no le
importaba para nada y que esos mensajes no iban dirigidos a él, simplemente eran
su declaración al mundo de libertad y felicidad por encontrarse en una nueva
situación emocional.
Poco convencido de la respuesta que recibí y volviendo a leer
la lista de contactos de las redes y la cantidad de personas llenas de
felicidad y reiterando la tranquilidad que domina sus vidas, me puse a pensar a
quién iban dirigidos estos estados de ánimo.
Seguramente, algunos afortunados quieren compartir con el
mundo la alegría con la que se levantan y se acuestan, otros lo usarán como una
forma de atraer cosas buenas, tal y como lo dicta la famosa ley de la
atracción, y un porcentaje querrá que alguien en particular se dé cuenta de lo
feliz que pueden ser sin su presencia o compañía.
Sobre la veracidad de estos estados, las dudas se apoderan de
mí cuando salgo a la calle y me enfrento con una agresividad desmedida del
conductor, del peatón, el ciclista, el motociclista, el usuario de
transmilenio, cualquier persona del común a la que miras y parece estar
dispuesta a empezar una batalla sin importar la razón. Es entonces cuando digo
¿y los cientos de personas felices en las redes sociales, dónde vivirán?
Entre los madrazos, las señales de pistola al aire, las
echadas de carro, las señoras tomando su bolso con fuerza cuando sienten pasos
detrás de ellas, la hostilidad de los taxistas y conductores en general, las
conversaciones de almuerzo en las que no se deja títere con cabeza y la
competencia desleal entre compañeros de labores, mi pregunta sigue en el aire.
Será que esa felicidad es virtual, es algo íntimo, algo tan
profundo que nunca sale a la superficie. Es posible que el expresar no
necesitar a alguien sea equivalente a decirle que es tan importante que amerita
hacérselo notar por cualquier medio posible.
Cada persona es un mundo aparte y cada uno expresa sus cosas
de la manera que estima conveniente, sin embargo, tomándome el atrevimiento de dar
mi opinión al respecto, creo que lo mejor sería demostrar nuestra felicidad con
las personas que nos rodean, con sonrisas y compartiendo sin prevenciones, no
pregonándolo a través de vitrinas que dejan en entredicho la veracidad de
muchos de estos “estados”, sobretodo cuando por lo general cambian en cuestión
de horas.
Vivimos en un mundo cada vez más efímero, un mundo donde las
alegrías nos las proporciona un partido de fútbol, un concurso de televisión,
un reality, un Smartphone o un dispositivo móvil de última tecnología. Vivimos
agradecidos con completos desconocidos por llevar esos supuestos instantes de
felicidad a nuestras vidas.
No puedo zafarme de ser parte de ese universo en el que reina
lo efímero pero por lo menos puedo decir que hay pequeñas cosas que todavía me
generan cierto grado de felicidad, estos detalles que se alejan de la lista
anterior e incluyen cosas como una sonrisa de las personas que amo, un abrazo,
un beso, una llamada, una foto, un reencuentro, un libro, una palabra.
Las redes sociales son un show, son esnobismo, son un caldo
de cultivo para personalidades virtuales alejadas de las reales, son una oda a
la bipolaridad y una forma de refugiarnos detrás de la protección de una
pantalla y un teclado. En las redes somos felices al extremo u odiamos todo sin
puntos medios, somos los más afortunados o nos quejamos hasta del aire que
respiramos.
Mi estado, por ahora, es el de hacer un balance de este año
que termina, de agradecer por las cosas que llegaron a mi vida y por las que se
fueron, de tolerar para no caer en la indiferencia y agresividad que predominan
en las calles y, finalmente, de perdonar.
A los que me leyeron este año les agradezco por su paciencia
y tolerancia, espero no haberles quitado tiempo en vano y contar con su
compañía en el año venidero.
Felices fiestas y un extraordinario 2013.