Desde comienzos de este año me propuse tener una visión más
positiva y constructiva de cada una de mis vivencias, así como de la realidad
del país, de la cual no puedo ser ajeno ni me es indiferente.
Hoy, debo confesar que esta tarea ha resultado más compleja
de lo que me imaginaba y que cada día hay algún acontecimiento en el país que
patea en las partes nobles a mi espíritu positivo.
No voy a entrar en un debate moral, religioso o ético
respecto al hundimiento en el Congreso del proyecto de matrimonio igualitario,
que permitiría a la comunidad LGBT formalizar ante la ley sus compromisos de
pareja.
Este tema tiene todos los ingredientes para una discusión con
altura, con pros y contras dentro del sentido común y apelando al contexto y la
realidad del mundo en estos días, no a las tradiciones y mitos.
Sin duda, lo doloroso aquí es el tratamiento que le dan a
estos temas nuestros representantes y diferentes voceros implicados por parte
de las instituciones gubernamentales.
Lejos de cualquier profundización, investigación o estudio a
conciencia de la situación, estos personajes bufonescos, se consolidan como el hazmerreír
de la Nación con posiciones arcaicas que carecen de sentido común y se tornan
ofensivas y dañinas.
Desconocer la importancia de una comunidad como la LGBT que
vive entre nosotros, entre nuestras familias, empresas, universidades y todo lo
que compone nuestro diario vivir es como pretender meterse en una burbuja y aislarse
de la realidad.
Cómo pueden hablar del orden natural de las cosas y buscar en
la palabra de Dios la justificación a su radicalismo y a su doble moral,
personajes en su mayoría investigados por temas de corrupción, por patrocinar
grupos al margen de la ley, por violar la constitución, por desfalcos, por
tráfico de influencias, por borrachos, por vagos.
Me pregunto, en medio de problemas sociales, económicos y de
seguridad como los que afronta Colombia, cómo es posible que estos personajes
quieran seguir estancando a un país que para algunos parece ser un paraíso mientras
no progrese y conserve su estatus de tercermundista.
Basta con ver el afán de algunos caciques viudos de poder por
mantener al país en guerra, algo que saben, es un negocio multimillonario para
sus arcas y las de sus conocidos.
Lo peor de todo esto, es que ya nuestros “líderes” han
perdido cualquier ápice de vergüenza y no les importa que nuestro país figure
en el mundo como un violador de derechos humanos, una Nación anquilosada, con determinaciones
dignas del medioevo y con una justicia folclórica y prostituida, lista para
venderse al mejor postor.
Estancados queridos amigos, así estamos y así seguiremos
mientras nos indigne todo lo que pasa en nuestra patria querida pero el día de
elecciones nos quedemos viendo televisión, haciendo locha, esperando a que
escampe o merme el fuerte sol, buscando cualquier pretexto para no cumplir con
nuestro deber de elegir, así sea con un voto en blanco como muestra de que nos
importa lo que pase con Colombia.
La comunidad LGBT no es la única humillada y sometida aquí,
son nuestras mujeres, víctimas de un país machista, nuestros niños cuyos
derechos son vulnerados a diario, los negros quienes padecen a una sociedad hipócrita
y racista; los indígenas y campesinos a quienes se les mira con desprecio y
como seres insignificantes.
Me despido, con la vergüenza enorme que me producen nuestros
políticos y las instituciones que nos rigen, con el dolor que me da ver que no
se toma en serio ningún tema y que la impunidad a todos los niveles, no solo la
de los terroristas de cualquier bando, sino la de los corruptos, reina
mansamente ante nuestra mirada indiferente.
Hasta pronto.
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