La selección de fútbol de Tahití, es uno de esos fenómenos
mediáticos que por diferentes razones está en boca de todos y es utilizado
tanto para burlas como para ejemplos de superación y juego limpio.
En mí caso, con todo y que estoy en desacuerdo con algunos
manejos de la FIFA en cuanto al tema de las competencias por confederación,
prefiero abordar a Tahití como un ejemplo de deportividad y alegría.
Como todos los deportes al momento de su nacimiento, el
fútbol era una forma de divertirse, un juego que implicaba ejercitarse pero
cuyo fin no era otro que pasar un buen rato y trabajar en equipo.
Para los jugadores y el técnico de Tahití, la esencia del
deporte sigue siendo la misma, sus raíces están intactas y lo que hacen tiene como
principal objetivo la diversión, hacer algo entretenido en lo que puedan dejar
el alma sin perder el norte del asunto.
Es increíble, pero mientras los mejores jugadores del mundo
entran a la cancha con cara de malos, rara vez esbozan una sonrisa y le manotean
a sus compañeros y a quien se les atraviese, estos jóvenes de Oceanía, ven el
juego como una oportunidad de compartir, divertirse y reconocer en cada uno, y
en el otro, el esfuerzo y la dedicación.
Lejos de las marañas de la táctica y los planteamientos
científicos que envuelven al deporte rey en estos días, los isleños sonríen,
gozan, se abrazan, acarician la cabeza del contrario, no detienen a patadas a
su adversario ni se sienten humillados por estar debajo en el marcador.
Son conscientes de la superioridad física y deportiva de sus
rivales, y se sienten agradecidos por la oportunidad de compartir con ellos y
de poder aprender de aquellos que viven del fútbol.
No se ganan 30 millones de euros por año, tampoco tienen
contratos de publicidad con cuanto producto exista, pero tienen algo que esas
grandes estrellas perdieron en el camino, tienen una felicidad envidiable que
expresan sin temor al pisar el rectángulo de juego, son ganadores y lo saben,
sin importar lo que el tablero electrónico registre al final.
Reconocen al rival y disfrutan sus destrezas, de la fantasía
que seguramente han admirado por televisión. Quieren construir una cultura
futbolística en su país con base en los valores que el deporte hace rato
perdió, o para ser más claros, vendió para convertirse en una industria
multimillonaria y llena de mafias que la dominan.
Claro, para la mayoría, Tahití es el meme del momento, una
oportunidad para sacar toda su gracia y las dotes humorísticas que sobran por
estos días. Seguramente, es la antítesis del fútbol que conocemos, en donde los
seguidores de los equipos son enemigos, deben tomar un bando y estar dispuestos
a agredir física y verbalmente a su oponente.
Para esa masa descontrolada que ha perfeccionado el matoneo,
cuyo lenguaje se limita a la vulgaridad, la amenaza y la provocación, los
oceánicos son un fenómeno, una especie en vía de extinción que nunca se
interpondrá en su camino.
Tahití, le ha dado una lección al mundo de la importancia que
tiene competir, eso por encima de ganar o perder, el valor de aceptar una
derrota con la cara en alto y sin nada que esconder, sin razón para sentir
vergüenza y compartiendo lo mejor de su cultura, sus costumbres, su educación.
El cuento de hadas terminará este fin de semana y los
simpáticos isleños regresarán a sus verdaderos trabajos, volverán a casa llenos
de anécdotas que contarán a sus hijos y cada uno se sentirá como un héroe, como
un pionero, un conquistador.
Nosotros seguiremos disfrutando de la magia de los Messi,
Cristiano, Bale, Neymar y compañía, aunque no los veamos sonreír, aunque su
frialdad los ponga en un pedestal casi inalcanzable para los mortales y pese a
que sus declaraciones y comportamientos no sean de gran valor ni precisamente
su legado.
Gracias Tahití, gracias por mostrarnos que en donde menos
pensamos, encontramos esperanza, encontramos los valores que creíamos, sólo existían
en los clásicos de la literatura, gracias por enseñarle al mundo que se puede
disfrutar lo que se hace, que ganar no lo es todo y que el respeto es lo más
importante.
Desde ahora, me declaro un seguidor de los Guerreros de
Tahití.