lunes, 24 de junio de 2013

Los Guerreros de Tahití



La selección de fútbol de Tahití, es uno de esos fenómenos mediáticos que por diferentes razones está en boca de todos y es utilizado tanto para burlas como para ejemplos de superación y juego limpio.

En mí caso, con todo y que estoy en desacuerdo con algunos manejos de la FIFA en cuanto al tema de las competencias por confederación, prefiero abordar a Tahití como un ejemplo de deportividad y alegría.

Como todos los deportes al momento de su nacimiento, el fútbol era una forma de divertirse, un juego que implicaba ejercitarse pero cuyo fin no era otro que pasar un buen rato y trabajar en equipo.

Para los jugadores y el técnico de Tahití, la esencia del deporte sigue siendo la misma, sus raíces están intactas y lo que hacen tiene como principal objetivo la diversión, hacer algo entretenido en lo que puedan dejar el alma sin perder el norte del asunto.

Es increíble, pero mientras los mejores jugadores del mundo entran a la cancha con cara de malos, rara vez esbozan una sonrisa y le manotean a sus compañeros y a quien se les atraviese, estos jóvenes de Oceanía, ven el juego como una oportunidad de compartir, divertirse y reconocer en cada uno, y en el otro, el esfuerzo y la dedicación.

Lejos de las marañas de la táctica y los planteamientos científicos que envuelven al deporte rey en estos días, los isleños sonríen, gozan, se abrazan, acarician la cabeza del contrario, no detienen a patadas a su adversario ni se sienten humillados por estar debajo en el marcador.

Son conscientes de la superioridad física y deportiva de sus rivales, y se sienten agradecidos por la oportunidad de compartir con ellos y de poder aprender de aquellos que viven del fútbol.

No se ganan 30 millones de euros por año, tampoco tienen contratos de publicidad con cuanto producto exista, pero tienen algo que esas grandes estrellas perdieron en el camino, tienen una felicidad envidiable que expresan sin temor al pisar el rectángulo de juego, son ganadores y lo saben, sin importar lo que el tablero electrónico registre al final.

Reconocen al rival y disfrutan sus destrezas, de la fantasía que seguramente han admirado por televisión. Quieren construir una cultura futbolística en su país con base en los valores que el deporte hace rato perdió, o para ser más claros, vendió para convertirse en una industria multimillonaria y llena de mafias que la dominan.

Claro, para la mayoría, Tahití es el meme del momento, una oportunidad para sacar toda su gracia y las dotes humorísticas que sobran por estos días. Seguramente, es la antítesis del fútbol que conocemos, en donde los seguidores de los equipos son enemigos, deben tomar un bando y estar dispuestos a agredir física y verbalmente a su oponente.

Para esa masa descontrolada que ha perfeccionado el matoneo, cuyo lenguaje se limita a la vulgaridad, la amenaza y la provocación, los oceánicos son un fenómeno, una especie en vía de extinción que nunca se interpondrá en su camino.

Tahití, le ha dado una lección al mundo de la importancia que tiene competir, eso por encima de ganar o perder, el valor de aceptar una derrota con la cara en alto y sin nada que esconder, sin razón para sentir vergüenza y compartiendo lo mejor de su cultura, sus costumbres, su educación.

El cuento de hadas terminará este fin de semana y los simpáticos isleños regresarán a sus verdaderos trabajos, volverán a casa llenos de anécdotas que contarán a sus hijos y cada uno se sentirá como un héroe, como un pionero, un conquistador.

Nosotros seguiremos disfrutando de la magia de los Messi, Cristiano, Bale, Neymar y compañía, aunque no los veamos sonreír, aunque su frialdad los ponga en un pedestal casi inalcanzable para los mortales y pese a que sus declaraciones y comportamientos no sean de gran valor ni precisamente su legado.

Gracias Tahití, gracias por mostrarnos que en donde menos pensamos, encontramos esperanza, encontramos los valores que creíamos, sólo existían en los clásicos de la literatura, gracias por enseñarle al mundo que se puede disfrutar lo que se hace, que ganar no lo es todo y que el respeto es lo más importante.

Desde ahora, me declaro un seguidor de los Guerreros de Tahití.

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