Una vez más la Semana Santa o Semana Mayor me sirvió para
confirmar lo cercanos que somos en Colombia a nuestro creador y a todo su
organigrama. Pasar por el frente de cualquier iglesia o monumento era algo
conmovedor, miles de “fieles” entregados a la causa, haciendo padecer a Cristo
una vez más todo el calvario con el cual nos libera cada año de pecados.
Por supuesto eso significa para muchas de esas mentes
atribuladas, que hasta deseaban infringirse latigazos o cargar la cruz, el
arrancar con el pecadometro en cero a partir de este momento.
Que rico es cada año poder despojarnos de todas nuestras
miserias, indiferencia, salvajismo, hipocresía, falsedad, odios y rencores,
dejar que sea ese ser celestial quien cargue con todas nuestras decisiones y
errores.
Muchos me dirán que no somos los únicos y soy consciente de
ello, sé que compartimos ese facilismo con cientos de pueblos tercermundistas y
una que otra potencia europea decadente.
Lo cierto es que esas mismas iglesias que han estado por siglos
en los mismos lugares, esas mismas imágenes que siempre están ahí, inamovibles
y sin pasar de ser una simple escultura hecha por la mano de un hombre que se
basó en personajes de los cuales desconocía su aspecto físico, toman una
importancia magnificada durante esta semana, no importa que cada año la fecha
varíe.
El aroma del pescado seco es otro indicador notable de estos
días dedicados al ritualismo y los deberes cristianos. Obviamente los centros
turísticos, rumbeaderos calentanos y las carreteras no dan abasto para tanto
feligrés que busca un descanso justo luego de tres meses de intenso trabajo
(sobretodo enero que es tan pesado).
En el nombre del señor, las diferentes Marías (todas
vírgenes), los santos (no los dueños de El Tiempo) y las diferentes deidades
que son utilizadas por la entidad sin ánimo de lucro más lucrativa del planeta,
tomamos estos días de reflexión como mejor nos parece, ya sea para descansar,
para pasear o para organizar, eso sí, es más fácil que el salario mínimo llegue
a un millón de pesos antes de 10 años que pensar en que nos quiten estos dos
feriados.
Hoy las iglesias vuelven a verse vacías, desoladas, esas
estatuas que vivieron su momento de gloria vuelven a llenarse de polvo, ya a la
gente no le parece ver llorar al Cristo de la localidad, el pecado retoma su
corona, la indiferencia activa sus motores, la reflexión se convierte en
reacción y esa conexión lograda con la corte del creador entra en un corto
circuito permanente hasta una nueva crisis.
Qué le vamos a hacer, somos un pueblo de fe, tenemos fe en los
billetes de 50 mil pesos, fe en los autos nuevos, fe en las agencias de viajes,
fe en el Baloto, fe en nuestros padres (tanta que seguimos viviendo con ellos
hasta los 40); ¿a quién le puede caber duda de nuestra devoción?
Se vendieron ramos, velas, velones, medallas, estampas,
biblias, crucifijos, el comercio de la fe llenó sus arcas y ese pueblo en su
mayoría creyente y respetuoso de las costumbres cristianas (lástima que no de
la cultura ciudadana), tuvo su espacio para la limpieza interior, para
demostrar ese amor por el creador y compartir su pasión durante algo cerca de 8
días que para los 365 que componen el año no alcanzan a ser ni siquiera el 3%,
una prueba de fe.
Hoy ya con el traje de Pilatos puesto volvemos a nuestra
rutina que para nada incluye el abrazo de paz ni el sacrificio por los demás,
hoy volvemos a lo nuestro a nuestra doctrina del no le hago mal a nadie pero
eso sí que nadie se meta conmigo.
Felices pascuas.
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