Como parte
de nuestro proceso de globalización, TLC y apertura continua hacía lo mejor que
nos ofrecen las culturas de los países desarrollados, hoy me encuentro con la
euforia por la celebración del Oktoberfest en los diferentes pubs y zonas de
rumba de Bogotá.
Me encanta
la cerveza y quisiera compartir el entusiasmo de los miles de descendientes
bávaros que quieren enriquecer nuestra cultura y hacernos sentir, en el
altiplano cundiboyacense, las bondades de su ya tradicional festival cervecero.
Mientras
busco en mí árbol genealógico algún parentesco, así sea con el Panzer Carvajal
o el alemán Porras, quiero recapacitar un poco y con la mayor brevedad posible,
sobre nuestro apetito por las costumbres internacionales.
Seguramente,
los bares alemanes y sus tradicionales tabernas no promocionan el Carnaval de
Barranquilla, ni la Feria de Cali con el fin de motivar a sus fieles
consumidores a vivir en carne propia estos patrimonios de la humanidad.
Sin embargo,
no podemos pretender que todos tengan la mentalidad cosmopolita que caracteriza
a nuestro pueblo, esa facilidad para asumir como propias las tradiciones del
primer mundo, como el día de San Valentín o el de Acción de Gracias.
En el país
del sagrado corazón, el de las romerías al 20 de julio, donde los penitentes se
flagelan durante semana santa, los buses, busetas y colectivos hacen caravanas
con la virgen protectora y exclusiva del gremio, el mismo donde el reinado
nacional de la belleza es la fiesta de un pueblo que no se puede acercar al
hotel de turno donde se realiza el evento, en ese país, también celebramos el
oktoberfest.
Algunos,
posiblemente afectados en su orgullo al leer este tipo de artículos, me podrán
recalcar que fuimos colonia europea, española, para ser más exactos, lo cual
nos daría el derecho a celebrar la tomatina de los valencianos previa a las
fiestas de Buñol, o las fiestas de San Fermín.
Tal vez, si
celebráramos alguna de las anteriores, tendría una justificación histórica que,
aunque debatible, no sería tan traída de los cabellos.
Me pregunto,
el por qué no celebramos Mardi Grass, ya que nos gusta tanto el tema de
adopción de tradiciones, esa sería una que me llegaría a motivar, el problema
es que se realiza el martes previo al miércoles de ceniza y seguramente el
Procurador la tipificaría como un delito mayor.
Trataré
entonces de seguir disfrutando nuestro centenar de festivos anuales por razones
que la mayoría de veces desconozco pero que generalmente involucran alguna
figura del mapa religioso.
Asimismo,
intentaré ver con buenos ojos nuestra apertura al mundo y nuestra devoción
hacía lo que no nos corresponde, como las elecciones en los países vecinos,
nuestra enorme capacidad para tener claridad sobre lo que les conviene a los
demás aunque nos equivoquemos o seamos indiferentes a la hora de decidir
nuestro destino.
Disfrutaré
de Bogotá despierta con motivo de San Valentín en el mes de febrero y las
promociones de pavo en Carulla, Carrefour, Pomona y otros almacenes durante la
semana de acción de gracias.
También, compartiré la emoción por el 4 de julio
mientras escucho la W y el colorido del love parade bogotano como si de un pedazo de Berlín en
Colombia se tratara.
En fin, no
puedo ser retrógrado y negarme a vivir en pleno la globalización y sus
consecuencias, ya Dania y sus amigas pusieron un punto muy alto en cuanto al
intercambio cultural como para que yo, un mortal más, venga a ponerle peros a
nuestro apetito voraz por el conocimiento.
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