Casi tan seria como el peor de los problemas, la negación ha
sido a lo largo de la historia uno de esos flagelos que afecta a toda la
humanidad, sin importar religión, raza, género o partido político.
La negación va más allá del viejo truco de mantenerse firme
en una posición como enseñaban los más experimentados, “sí te pillan, dices que
nunca lo hiciste, nunca estuviste con esa mujer”, por ejemplo. Esa posición de
aferrarse a algo aunque nos hayan cogido en el acto, es sólo la parte anecdótica
de este mal.
Sin duda, va mucho más allá que esto, es un estado de
autoengaño, de pretender que las cosas no ocurrieron como lo muestran los
hechos, de pretender que no se está viviendo ese momento o que simplemente
“eso” no nos afectó o no nos puede pasar.
Pasa mucho con las pérdidas, ya sea por el fallecimiento de
alguien o por el alejamiento de las personas amadas. Pasa con las adicciones, al
no aceptar que se tiene el problema, que se depende de la bebida o de alguna
droga, aun cuando cada día se llegue más bajo y se toque fondo.
No necesito extenderme más en explicaciones sobre la
negación, seguramente todos la hemos experimentado en algún momento de nuestras
vidas. El verdadero problema y por el cual me atrevo a escribir del tema es porque
lo increíble es que esta negación sea colectiva y eso, precisamente, es algo
que nuestro país está viviendo desde hace rato.
Así es, con el cariño y respeto que todos se merecen, debo
decir que no hay una población que disfrute más del autoengaño que la nuestra.
Lo nuestro es pretender, es creer que somos más que los bolivianos,
ecuatorianos, peruanos y venezolanos por el hecho místico de ser bañados por
dos mares y tener tres cordilleras.
También somos los más inteligentes, creativos, selectos,
cultos y llenos de un buen gusto que por lo menos a Bogotá, la ha hecho
acreedora del remoquete de “la Atenas suramericana”. Viendo la situación de
Grecia en estos días, empiezo a creer que el sobrenombre no está de más.
De la misma manera nos consideramos gurús en temas políticos,
tenemos la última palabra en cuanto al destino político de los países del mundo
en los que se adelanten elecciones. También creemos que el mundo entero nos
espera con los brazos abiertos.
Como lo dijo el gran Zableh en su columna sobre la burbuja, tenemos
propiedades que combinan lo mejor de las arquitecturas del mundo, aunque las
calles parezcan trochas y nuestro tráfico de vergüenza, tomando lo peor de la
India, Tailandia y nuestro toque personal con las interminables zorras.
Vivimos en ciudades rodeadas de cordones de miseria casi tan
grandes y con tanta población como las mismas urbes. Tenemos la mejor rumba,
los mejores carnavales y reinados y una farándula envidiable que nos deleita
con producciones de gran valor histriónico y en las que sobresale la
originalidad y la honestidad a la hora de mostrar nuestra realidad.
Nos metemos en la cabeza la idea de que todo está bien y que
somos un país que progresa a pasos agigantados sin nada que envidiar a los del
primer mundo, de hecho, con más centros comerciales que cualquier país
desarrollado.
Tenemos sistemas de salud y justicia que darían vergüenza
hasta en el continente africano pero eso sí, somos uno de los países con más
usuarios de Facebook y Twitter en el mundo. También de los más felices del orbe,
de los que más cerveza consume y de los que puntean la lista de mayor número de
días feriados.
Elevamos nuestras oraciones por la suerte de los venezolanos
pero nos quedamos durmiendo o viendo televisión el día de nuestras elecciones.
Por Twitter ayudamos a cambiar el destino del país y tenemos una “reputación”,
el problema es que lejos de un teclado y una pantalla prácticamente no
existimos.
Somos de los países con menos hábito de lectura pero sabemos
de todo. Nos encanta la política firme y radical, no queremos ninguna
misericordia a la hora de acabar con los grupos al margen de la ley pero
aceptamos en silencio a quienes han fomentado y patrocinado la violencia,
disfrazados de autodefensas que hacen lo que las fuerzas armadas no han podido.
Casi que nos alegra y celebramos la muerte de cualquier
vinculado con los grupos guerrilleros pero no le damos la menor importancia a cualquiera
de las víctimas de los falsos positivos, para muchos son “daños colaterales” o
personas que por vivir en sectores marginales, se convertían en potenciales
criminales.
Es definitivo, lo nuestro es la negación, no querer darnos
cuenta de la situación en la que estamos, del porcentaje de compatriotas que viven
en la pobreza y en condiciones infrahumanas, no aceptar que nuestra
indiferencia es una enfermedad, que preocupándonos únicamente por el yo soy, yo
tengo, yo quiero, no vamos a generar ningún cambio.
No podemos seguir negando que tenemos lo que nos merecemos,
que nuestros congresistas y políticos son el resultado de nuestros actos, son
lo que promovemos y lo que pretendemos no ver o escuchar.
Nos sentamos junto a ellos o al bandido de turno, al traqueto
o al esmeraldero en el sitio de moda porque lo que importa es que tiene cómo
pagar, como sostener nuestros gustos. Los sitios se reservan el derecho de
admisión pero permiten el ingreso de cualquier hampón que llegue en una
camioneta último modelo, con cadenas de oro colgando de sus cuellos.
Tenemos muchas cosas positivas y la capacidad para cambiar el
destino del país pero no lo haremos mientras vivamos en este estado de negación
permanente, mientras creamos que este país aguanta todo y siempre sale
adelante.
Si de verdad queremos demostrar que el cuento de los buenos
somos más es real, no nos queda otra que empezar por hacer lo que nos
corresponde, expresarnos, no quedarnos callados ante cada atrocidad, ejercer
nuestro derecho al voto, ser veedores de nuestros gobiernos, denunciar lo que
sabemos que no es correcto, no participar en temas que involucren tráfico de
influencias, no patrocinar a los delincuentes aunque sean los nuevos ricos del
país.
Diciéndonos mentiras los unos a los otros para pretender que
vamos bien, lo único que vamos a lograr es dejarles un país en ruinas a
nuestros hijos, a los que apenas están empezando su vida.
Por hoy los dejo, con el optimismo de saber que entre todos podemos generar cambios siempre y cuando aceptemos que compartimos los mismos problemas.
Hasta pronto.