miércoles, 14 de marzo de 2012

¿Colombia entre los países más felices del mundo?

Desde hace algún tiempo ésta pregunta ha venido rondando en mis pensamientos. En el mundo nos reconocen como un país alegre que, seguramente por la cantidad de fiestas, carnavales, reinados, festivales y diferentes eventos culturales, da la impresión de vivir en un estado de celebración perpetua.

Cuando salgo a la calle, conduzco mi auto, tomo un transporte público, entro a un banco o hago la fila de un supermercado, me cuesta encontrar esa alegría en nuestra gente. Por el contrario, veo una actitud continua de rabia, frustración e inconformismo en gran parte de mis conciudadanos quienes parecen estar listos para atacar o defenderse de acuerdo a las circunstancias.

Mientras el país celebra diferentes carnavales con ríos de dinero de los presupuestos departamentales y locales para la realización de los mismos, otras zonas sufren el acuartelamiento de sus habitantes en sus casas (ranchos, tugurios, chozas), esperando con temor un desenlace no tan trágico y elevando plegarias para que en esta ocasión no sean ellos las víctimas de lo que está ocurriendo en sus calles.

Paros armados, acoso por parte de grupos al margen de la ley, volantes con amenazas, homofobia, en fin, todo aquello que refleja el desajuste de una sociedad confundida a la cual le han querido vender la idea de que los problemas no son de todos sino de quien los padece.

Por eso hoy vemos cómo, mientras en países del primer mundo se cancela un evento sin importar su magnitud como acto de solidaridad con las víctimas de una tragedia, el asesinato de alguien o un atentado, en Colombia ofrecemos nuestra solidaridad en medio del ruido de orquestas, bandas, reinas y un pueblo volcado completamente a su prioridad: la rumba.

Que el Chocó este sitiado amerita cinco minutos de noticiero, los premios X, Y y Z para la farándula nacional fácilmente pueden llevarse media hora del mismo. Por supuesto nuestra farándula no tiene la culpa de esto, si bien es cierto algunos venden una imagen carente de valores y de una superficialidad digna de un estudio científico, simplemente son el producto de lo que el país promueve.

Al final, tenemos lo que nos merecemos, nos aterramos por las imágenes de niños y jóvenes destruyendo la ciudad, acabando con el patrimonio de todos, patrocinados por voceros incendiarios que odian a un alcalde por no tener el linaje de la gran estirpe bogotana, los criticamos cuando hemos sido cómplices de la promoción de todo tipo de antivalores a través de nuestros medios, de nuestros actos.

Promovemos la belleza de la mujer basada en la perfección (tetas como globos de helio y culo vulgar o el extremo de la anorexia), la importancia de un hombre seguro de sí mismo gracias a lo que viste y al auto que maneje (jamás nos veremos como Clooney). La dependencia de un teléfono inteligente el cuál sea acorde con nuestra personalidad (alguien tiene que ser inteligente, si no el dueño por lo menos el teléfono). La importancia de conseguir lo que queremos sin importar los métodos (El Rey Caído).

Tenemos decenas de ex funcionarios públicos del gobierno anterior investigados, en procesos, huyendo. Un ex presidente incendiario que sigue pensando que es el caudillo que el pueblo necesita. Un ex vicepresidente que dirige la segunda cadena radial noticiosa en importancia del país generando opiniones cantinflescas, siendo el hazmerreír de la profesión.

Hoy a quienes nos ponen en esas listas mundiales de los países más alegres y felices les pregunto ¿no sería bueno que pasaran una temporada en el país antes de hacer esas clasificaciones? El que los gobernantes le den opio al pueblo para mantenerlo alienado no significa que tengamos muchos motivos para celebrar.

Amo a mi país y disfruto sus parajes, la cordialidad de su gente y de sus regiones y comparto esa frase manida que reza: los buenos son más. Sin embargo, los buenos no se pueden quedar en silencio y tienen que reflejar esa bondad en la solidaridad con los demás, en la preocupación por construir una sociedad más justa en la que nos importe lo que le pasa al vecino.

Ser alegres no es reírnos en medio de las tragedias, no confundamos las cosas. Somos un país de gente optimista pero también indiferente. No pretendamos desconocer la realidad hasta el día que toque a la puerta.

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