Por estos días en los que nos enfrentamos a todo tipo de situaciones
violentas, actos que atentan contra la dignidad, masacres, atentados,
violaciones, secuestros, extorsiones, ataques con ácido y generadores de violencia
a través de los nuevos medios, me surgió la pregunta sobre el valor de la vida
en el “mercado” colombiano.
Un purista o idealista me diría que la vida de cualquier ser
humano tiene el mismo valor y que ante los ojos del creador todos somos
iguales. Aunque es una visión bastante sana y redentora, debo decir que los
hechos y nuestro contexto actual demuestran que en Colombia la vida tiene una
escala de valores.
Para no ir muy lejos comencemos con las bajas que produce
esta guerra que afrontamos desde hace más de medio siglo, quién me va a decir
que lamenta las bajas de la guerrilla o siente tristeza por ver las filas de
cadáveres de los insurgentes en los sanguinarios noticieros nacionales, son
seres humanos, pese al sinnúmero de apelativos que los miembros de nuestras fuerzas
armadas les dan, pero su vida no tiene ningún valor para nosotros.
Por favor, no me vayan a malinterpretar, yo también he tenido
expresiones salidas de tono contra estos personajes, sobre todo cuando cometen
actos atroces y atentan contra la población civil, también los he visto como
monstruos y me he tomado el derecho de despojarlos de toda humanidad, sin
embargo, la pregunta es ¿valen menos sus vidas que la de los demás? En Colombia,
su vida vale menos que la de una mascota.
Vamos a otro caso, el de los jóvenes que habitan en las
afueras de Bogotá, Soacha, San Mateo, Ciudad Bolívar. Su principal pecado es
vivir en medio de la pobreza, eso y el estar en sectores estigmatizados por las
clases media y alta capitalinas, que en su gran mayoría sienten que los males
que aquejan a la sociedad tienen su fuente allí.
Algunos de estos jóvenes que se debatían entre encontrar una
oportunidad para estudiar y escapar de su entorno o hacer parte de alguna banda
y sobrevivir en él se convirtieron en los famosos falsos positivos gracias a
esa política del Gobierno anterior de conseguir resultados sin importar los
métodos empleados.
Así, nos encontramos con cientos de vidas cuyo valor es
mínimo ante nuestra sociedad y que en el concepto de algunos radicales (extrema
derecha) y justicieros de clase alta, eran potenciales criminales. Ni siquiera
Philip K. Dick, escritor de Blade Runner y el cuento corto, Minority Report,
llevado al cine por Spielberg, en el que la justicia predecía quién iba a
convertirse en criminal, habría pensado que en Colombia, las personas más
comunes y corrientes (uribistas) iban a tener ese don.
Por supuesto, muchos han utilizado el tema de los falsos
positivos para demostrar que los gobiernos de Uribe estuvieron enmarcados por
los excesos y los crímenes de Estado pero cuántos realmente creen o están
convencidos de que se perdieron vidas valiosas o al menos conocen de cerca la
historia de alguno de estos jóvenes.
El caso de Rosa Elvira Cely, una mujer de la cual ya todos
conocemos su final, es una muestra clara del valor que tiene la vida de acuerdo
a la condición social. Independiente del gran movimiento de rechazo que generó su
asesinato entre la sociedad colombiana, los hechos que rodean su caso hacen ver
las desventajas que afronta una persona de escasos recursos al momento de
convertirse en víctima de un acto criminal.
Rosa Elvira no solo tuvo que afrontar uno de los hechos más
macabros de los que se tenga conocimiento sino que además tuvo que recorrer la
ciudad para ser atendida. Las autoridades aunque obtuvieron resultados y se
movieron, presionados por la opinión pública, hicieron un ofrecimiento casi
irrisorio de 10 millones de pesos por información que condujera a la captura de
los responsables.
Si señores, 10 millones, un 2% de lo ofrecido por información
de los autores del atentado contra el ex ministro Londoño. Claro, la Bolsa de
Valores funciona así, un ex funcionario de Gobierno no se puede comparar con
una vendedora de dulces que validaba su bachillerato (ejemplo que deberían
seguir algunos padres de la patria).
Sin salirnos del tema Londoño, ha tenido más revuelo el valor
de su Rolex de 5 millones de pesos que el presente del conductor de la buseta
afectado por el artefacto explosivo que además cobró la vida de dos escoltas
del ex ministro.
Recordemos que hay miles de casos en la actualidad en los que
la vida de un colombiano tiene un valor distinto de acuerdo a su actividad,
estrato, influencia o reconocimiento, no olvidemos el trato que la justicia le
da a una persona que roba para comer (sin que esto sea justificable) y el que
le da a las que roban, desfalcan, timan o promueven el tráfico de influencias
para favorecerse, aumentar sus riquezas o cubrir sus crímenes (los Nule, Samuel
Moreno, Iván Moreno, Tomás y Jerónimo, Arías, Laura y Jessi).
Definitivamente y así haya algunos que no quieran quitarse la
venda de sus ojos para no tener que afrontar su responsabilidad frente a la
sociedad, vivimos en una Nación donde nuestra vida tiene una etiqueta con un
precio y el mayor porcentaje de la población, está en promoción (SALE para los
que hacen shopping en el mall).
P.D. no quiero dejar pasar esta tribuna para agregar algo que
realmente me impactó durante los últimos días con el caso de Rosa Elvira, en el hashtag de twitter que llevaba su nombre me encontré con expresiones como “eso
le pasó por llamarse Rosa Elvira”, “no más nombres tercermundistas como Rosa
Elvira” o “quién la manda a estar a esas horas en el parque Nacional”, hasta
dónde hemos llegado que nos llenamos de twitópatas. Se los dejo como una simple
reflexión.
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