Hasta hace unos años escuchar el término mercenario nos
llevaba de inmediato al imaginario de un ex combatiente que aprovechaba sus
habilidades de guerra para luchar por el mejor postor, es decir el que más
dinero le pagara sin importar la causa o el motivo del conflicto.
Fueron muchas las películas y series que popularizaron este
término: Rambo, Fuerza Delta, Comando, Depredador, etc.
Con el paso de los años, el término se trasladó a otros ámbitos como el deportivo, muchos
futbolistas empezaron a ser estigmatizados con este remoquete, así como
técnicos que pasaban de un equipo a otro sin ningún resquemor ni el mínimo
arrepentimiento de irse a donde la oferta económica fuera mayor.
La palabra tomó fuerza y se volvió común verla en pancartas
que los hinchas llevaban a los estadios como protesta contra los que ellos
consideraban traidores, mercenarios (El gran Bora Milutinovic, Pacho Maturana,
Figo, entre otros).
Así como en el fútbol, era lógico pensar que esto se replicaría
en otras actividades cotidianas y es así como hoy vemos mercenarios en casi
todas las profesiones reconocidas.
Quiero detenerme en algunas de ellas que particularmente cuentan
con más especímenes de esta clase mercenaria y que a diario dan muestra de sus habilidades.
Los abogados, muchos de estos personajes, no todos, se pavonean por los
diferentes medios de comunicación como orgullosos defensores de reconocidos
asesinos, narcotraficantes, violadores, políticos corruptos, prófugos de la
justicia y cualquier tipo de escoria que tenga la forma de cubrir sus
honorarios.
Sin el menor escrúpulo y dotados de un histrionismo propio de
las vedettes peruanas, los tenemos que sufrir a diario dando declaraciones
egocéntricas en las que nos dejan en claro que no importa el crimen o las
consecuencias del mismo, importa su enorme capacidad para timar y ganar juicios
a como dé lugar.
Parecen aves de carroña esperando el deceso de su presa para
llegar a alimentarse, a los pocos minutos de desatarse un escándalo ya suenan
sus nombres como defensores de los personajes más odiados, salvajes y
criminales.
Por dinero son capaces de hacer ver inocente a Hitler y
culpable e inhumano a Gandhi. Justifican cualquier atrocidad, escudándose en su
capacidad para salir airosos de los juzgados y cortes en las que se presentan.
Al que no lo pueden librar del todo, le aseguran la casa por
cárcel, van en contravía de toda una sociedad que tiene que ver cómo pese a
cualquier evidencia los culpables siguen su camino tranquilos y con el mayor descaro
posible (inclusive llegando a demandar al Estado y pasando de perpetradores a
víctimas).
A estos manipuladores de las leyes, los siguen de cerca los
contadores y expertos financieros que lavan activos, dinero, construyen
fachadas y legalizan cualquier negocio turbio o ilícito sin ningún
remordimiento.
Ya desde la época de Capone, el contador era el personaje
principal al que le apuntaban las autoridades para lograr la caída de la cabeza
criminal.
En la política sobran los mercenarios, van de un partido al
otro de acuerdo a lo que más les convenga, un día apoyan a su líder y al
siguiente le hacen la guerra. Donde fluya el dinero son los primeros en llegar.
Las comisiones y prebendas son su religión y por ellas venden su alma a
cualquiera.
No me voy a extender con los políticos porque siempre les he
dedicado algo en mis columnas pero en esta no puedo ni quiero dejar por fuera a
nuestra farándula. Artistas y modelos se
pelean el título de mercenario cuando de dinero se trata.
Son varias las que le han vendido el alma al diablo por
conseguir fama y dinero al lado de un narco, desde una mujer que fuera símbolo
de la clase y la feminidad como Virginia Vallejo, hasta el más reciente caso de
la modelo paisa Diana Lucia Salazar.
Es difícil creer que una mujer hermosa e inteligente
encuentre atractivo a un personaje como la mayoría de traquetos y narcos que
pululan en el país, por eso vamos a decir que simplemente son viejas buenas.
También cuesta pensar que uno de estos trogloditas, con todo el dinero del
mundo pero sin gusto ni clase para invertirlo, considere que atrae a estas
modelos o artistas criollas por su físico y carisma.
Al final al traqueto lo que le importa es exhibir sus
pertenencias, el auto deportivo, la cadena de oro gruesa, el reloj de oro y la modelo
que acaba de adquirir. A la modelo lo que le importa es alcanzar su sueño ya
sea como presentadora, reina o empresaria con el menor esfuerzo (si es que no
es un gran esfuerzo estar al lado de un salvaje), tener dinero, viajar y
acumular cosas materiales.
Definitivamente les cabe el nombre de mercenarias (les caben
otros apelativos también), se venden al mejor postor y pretenden ser aceptadas
por la sociedad como si ser la mujer de un narco fuera algo normal.
Ya me extendí mucho pero dejé para el cierre a nuestros
artistas musicales, esos que tocan donde les paguen, no importa si en medio de
la presentación hay balacera entre la policía y sus clientes. Ellos, entregados
al vallenato o al reguetón y con gustos bastante similares a los de cualquier
traqueto, venden su espectáculo a quién sea sin importar si es un prófugo, un
narco, un asesino o un terrorista.
Por la plata baila el mono dice el refrán y en Colombia sí
que se cumple a cabalidad, los Dangond, Centenos y muchos de su especie no
tienen problema en animar matrimonios, primeras comuniones o cumpleaños de
personajes que quitan vidas por deporte y cometen todo tipo de atrocidades para
alcanzar las fortunas que tienen.
No me vengan con cuentos ahora que recibir dinero manchado de
sangre está bien y que ellos solo cumplen con su trabajo. ¿A alguien le cabe
duda de qué tan mercenarios son?
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