Llegaron los Juegos Olímpicos de Verano en Londres y con
ellos las ilusiones de una Nación como la nuestra que necesita de todo tipo de
alicientes para hacer más llevadera su convulsionada situación socio-económica.
Más de 100 guerreros colombianos con mucho menos herramientas
de preparación que las delegaciones de los países del primer mundo y en la
mayoría de los casos sin poder dedicarse exclusivamente a sus deportes,
viajaron con la esperanza de darle al país las alegrías que en otras áreas del
quehacer nacional no son más que utopías.
Es cierto que el gobierno a través de COLDEPORTES y la
empresa privada han mejorado en algo las condiciones de los deportistas de
élite pero aún estamos lejos de las que tienen sus contrincantes en los países
del primer mundo.
Mientras que en cualquier país de Europa o Norte América un
deportista de elite es una estrella bien remunerada y con cientos de
patrocinios encima, contratos de exclusividad y un reconocimiento absoluto de
su pueblo, en Colombia con contadas excepciones son personas de pasados
precarios en lo económico que buscan en el deporte encontrar un salvavidas para
sus familias.
Por esto, siento que cada medalla de nuestros deportistas es
un logro mucho más valioso que el de cualquiera que ha recibido todo y le han
acondicionado el camino para lograrlo. Me atrevo a asegurar que es una medalla
al valor, porque además de competir contra cientos de rivales con mejores
oportunidades y condiciones, también compiten contra la indiferencia, contra la
intolerancia, el abandono y la desorganización de nuestro país.
Para no ir más lejos hay que ver la forma en que Rigoberto
Urán logró su medalla de plata en ciclismo en ruta. Un par de horas antes de
iniciar la competencia no se encontraba inscrito, típico de nuestras
delegaciones. El caso de Figueroa no es menos lejano de nuestros conflictos
eternos y por poco se queda por fuera de la delegación y de competencia por
querer entrenar con su técnico de siempre en el Valle y no con el búlgaro que
dirige a la selección colombiana de halterofilia.
Como vemos, la competencia es fuerte desde antes de estar en
el campo de batalla de cada deporte. No quiero dejar de lado la otra lucha de
nuestros deportistas, esa que los enfrenta contra sus miedos, contra el
derrotismo eterno que ha marcado nuestra historia olímpica, nuestra falta de
jerarquía y de mentalidad ganadora.
Es un descaro exigirles medallas a los nuestros cuando apenas
estamos empezando a hacer las cosas medianamente bien en temas de apoyo al
deporte. La mayoría de nuestros representantes sueñan con la casa prefabricada
en el barrio popular donde se criaron para que su mamá pueda vivir en algo
propio por primera vez.
Los que mejores condiciones han tenido y han crecido en
ambientes de comodidad, igual llevan ese gen de la falta de jerarquía, un día
nos deslumbran con una actuación mágica y al siguiente pierden contra el
aguatero de cualquier país.
Si nuestros gobiernos destinaran un 1% de lo que invierten en
la guerra seguramente estaríamos hablando de Colombia como la mayor potencia
latinoamericana en el ámbito deportivo pero no, mientras nuestros funcionarios
públicos, congresistas, gobernadores, alcaldes y otras autoridades desfalcan al
país de la manera más descarada con cifras de billones de pesos, Figueroa y
Urán recibirán 73 millones de pesos cada uno por su medalla de plata.
Muchos dirán que es un esfuerzo del gobierno para incentivar
a nuestros deportistas pero es una cifra menor cuando se tiene conciencia de
los pocos deportistas que realmente tienen posibilidad de traer una medalla a
casa.
Celebro que esta sea la delegación más grande de Colombia en
unos juegos y también la de mayor calidad, sin embargo, el Comité Olímpico
Colombiano y las diferentes ligas necesitan una mayor inyección económica y
programas orientados a la formación integral de los deportistas, estudio y
deporte de la mano.
En un país famoso en el mundo por sus medallas (la del Divino
Niño, las 500 vírgenes a las que se acude y los 365 santos a los que se
encomiendan) las únicas que escasean son las deportivas, sólo una de oro ganada
por la gran María Isabel Urrutia con un mérito aún más grande ya que para ese
entonces hasta en esteras sobre la tierra tenían que dormir nuestros
deportistas.
Está claro que es una obligación del Estado aumentar el apoyo
a los deportistas y no únicamente de los colombianos del común a través del
aporte voluntario en los impuestos, como lo dije antes no se puede vivir
pensando únicamente en presupuesto para la guerra, algo que para muchos se ha
convertido en un negocio que se debe sostener a como de lugar.
Ojalá y llegue el día en el que estemos arriba en los
deportes de primer orden, atletismo, natación, gimnasia, básquet, vóley,
fútbol, tenis, deportes en los que vayamos de tú a tú con los países más
poderosos del mundo y que sean complementados por aquellos en los que tenemos
alguna figuración actualmente como el patinaje, las pesas y, cada vez menos, el
boxeo.
En conclusión, cada victoria de nuestros deportistas es un
caso de éxito en medio de las dificultades, una muestra de nuestra capacidad
para lograr cosas venciendo rivales más complicados que los que enfrentamos en
el campo de juego, venciendo al pesimismo, al conformismo, a la discriminación
y la indiferencia que desafortunadamente se han arraigado en nuestra cultura.
Espero que el deporte nos una, aunque sea por unos minutos
para mirar en la misma dirección y soñar despiertos que todos somos uno solo y
que unidos podemos sacar adelante a un país convaleciente que no soporta más
golpes.
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