El fin de semana tuve la oportunidad de disfrutar junto a una
pareja de amigos de esta sencilla y emotiva película colombiana que sin duda es
la antítesis de lo que hasta el día de hoy ha caracterizado a la pobre filmografía
nacional.
Sofía y el terco es una película para disfrutar, una cinta
que más parece una fábula en la que lo único que uno desea es el final más
feliz para cada uno de sus personajes.
Al que ingresa a la sala esperando las 50 vulgaridades por
minuto de siempre, las tetas y el culo de la protagonista en primer plano, las
escenas eróticas, los guerrilleros, los paramilitares, los narcotraficantes,
los gamines, los sicarios o los ladrones, seguramente le va a generar cierta
frustración y como decían cuando Mockus era candidato a la presidencia, van a
decir que eso funciona en Suecia o Noruega pero no acá.
Nos hemos vuelto tan masoquistas y voyeristas que la sangre
que vemos en los noticieros combinada con el sexo, las groserías y los
antivalores de los realities no son suficientes para saciar nuestra sed de
morbo y violencia.
Por esto, la opera prima de Burgos es una muestra de un cine
alternativo en el que, pese a todo lo que vivimos en un país convulsionado e
indiferente como el nuestro, se puede plasmar el lado humano y cálido de las
personas tanto conocidas como desconocidas sin importar su región, clase o
color de piel.
Burgos narra un cuento costumbrista partiendo de ese anhelo
de miles de colombianos por conocer el mar y salir de la rutina en que se
convierten sus vidas, aun cuando esta sea tranquila y apacible.
Sofía, el personaje interpretado por la extraordinaria Carmen
Maura, es una mujer consagrada a su marido, el típico hombre acostumbrado a
trabajar y esperar ser atendido cuando está en casa, interpretado
magistralmente por Gustavo Angarita. Maura, siendo española, realiza una
interpretación fantástica de una mujer de pueblo colombiana, con una mirada
inocente pero que a la vez es capaz de comunicar todo sin necesidad de palabras.
Pocos personajes hacen parte de la fábula, todos muy bien
elaborados, conforman un rompecabezas sencillo que lleva al espectador por 90
minutos de emociones enmarcadas en sentimientos positivos, en esperanza, en
solidaridad, en confianza y amor por los demás.
Para muchos esta puede ser una película de ciencia ficción,
más en un país donde rara vez nos importa lo que le pase a los demás y nos reímos de quien actúa con
inocencia y nobleza, tildándolo de montañero o carente de la malicia indígena
que tanto nos gusta resaltar como colombianos.
Seguramente la taquilla de Sofía y el Terco no va a competir
con alguna cinta que tenga la empelotada de tres o cuatro mujeres
despampanantes y maneje el humor vulgar y bajo que tanto gusta en nuestra
sociedad pero Burgos fue valiente y se mantuvo en su idea de contar una
historia sin más ni menos de lo necesario.
Para resaltar la música y la fotografía de la cinta, espero
conseguir el soundtrack en alguna tienda de discos y ojalá que Burgos continúe
su carrera cinematográfica explorando el género que quiera pero conservando el
toque de distinción que tuvo en su primera obra.
Les aclaro que no tengo nada en contra de ver un buen par de
tetas o las escenas de violencia siempre y cuando hagan parte de un todo bien
realizado y de una historia interesante y envolvente pero no como el único o el
mayor atractivo de una película.
Esperemos que esta cinta y Chocó sean como el renacimiento de
un cine nacional que logre cautivar al público y le brinde un parámetro de
mayor exigencia en cuanto a calidad y contenidos.
Que cintas como estas nos saquen de la rutina de cada año cargada
de películas estúpidas en las que ridiculizamos todo lo que consideramos autóctono
y las cuales nos alejan del respeto internacional por nuestro cine.
Felicitaciones para Burgos, Maura, Angarita, Duque y todos
los que hicieron parte de este bello experimento y mis más sinceros deseos por
una larga vida en el celuloide para aquellos que creen que Colombia es más que
putas, narcos, políticos corruptos, sicarios, guerrilleros, paramilitares y futbolistas.
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