Encontrar la palabra odio en las redes sociales o escucharla
en cualquier conversación se ha convertido en algo tan común que simplemente parece
indicar que las personas perdieron la noción de su significado y la carga que
conlleva.
El odio es la repulsión hacía algo, la ausencia absoluta de
amor y un término que acarrea violencia, y desprecio. Es una palabra ligada
históricamente con los genocidios, las guerras, los sicópatas y los personajes
más destructivos y dañinos que el mundo haya conocido.
Muchos podrán decir que a diario cuando hablamos con
nuestros amigos los llamamos “marica”, “huevón”, “idiota” y no lo hacemos para
ofenderlos, ni porque los consideremos así, por el contrario es una muestra de
confianza y cercanía. Yo mismo lo hago y en cierta forma estoy de acuerdo pero
con lo que no puedo coincidir es con el uso tan light del odio, con esa
facilidad con la que se suelta semejante vocablo.
Un país como el nuestro en el que cada día la gente se
sorprende menos con atrocidades que en cualquier otra parte harían movilizar a
toda su población para lograr cambios y medidas inmediatas con el fin de
evitarlas y castigarlas, no puede contemplar al odio como parte de su
cotidianidad.
No se si exagere, no se si ver esa palabra me impresiona
solo a mi y le doy más importancia de lo que debería pero la verdad es que me
genera malestar, me preocupa la expresión de odio, la manifestación del mismo a
las personas que no son de nuestro agrado, al equipo de fútbol rival, al
político, al deportista, al artista, al vecino, al jefe, al taxista, al
policía, a todo aquel que no es de nuestro agrado.
Me preocupa que la gente odie un sitio, una relación, un
recuerdo, un artículo, una ciudad, un programa de televisión. Dónde está
nuestra tolerancia y el respeto por lo que a algunos seguramente les gusta y a
nosotros no.
Hay muchas cosas que no me gustan pero no las odio, hay
cosas que repudio pero todas están vinculadas con la violencia, con el
maltrato, con actos atroces que lastiman a seres humanos, a seres vivos, a
ideales, a sueños.
Con todo y lo que repudio esos actos y a quienes los
perpetran no me quiero llenar de odio, no quiero ser como ellos, no quiero
convertirme en ellos.
No vivimos en un mundo ideal, no tenemos las facilidades que
quisiéramos tener, no estamos dentro de un sistema justo y cada día es una
prueba de supervivencia, de tolerancia, de interpretación de una realidad que
nos lastima, que nos carcome, que no da espacio a los débiles y que genera una
necesidad de fortalecimiento, de endurecimiento, de construcción de barricadas,
de corazas para protegernos.
La sociedad está prevenida, los prejuicios al orden del día,
la desconfianza es la ley y dar papaya no está permitido. Competimos a cada
instante, hasta para subirnos a un bus. Con todo lo que representa vivir como
lo hacemos, el odio es algo demasiado fuerte para aceptarlo, para aprobarlo,
para consentir su uso.
Nunca había escrito tanto la palabra odio como hoy en esta
columna, de hecho, procuro tenerla fuera de mi léxico pero hoy, cuando me la
encuentro cada vez que abro mi cuenta de Twitter o la de Facebook, siento que vale la pena escribir sobre ella,
esperando que cada día su presencia sea menor, confiando en que quien me lea
reflexione sobre lo que ha implicado para la historia de la humanidad la
conjugación del verbo odiar.
Hiroshima y Nagasaki, el holocausto perpetrado por los
nazis, las masacres en países africanos por el odio existente entre tribus,
etnias, religiones. La situación de Palestina e Israel, las divisiones de
países balcánicos por temas étnicos con genocidios impensados, nuestro
conflicto armado, todo esto tiene como base esa palabra que hoy con tanta
facilidad soltamos como un modismo más.
Créanme, no amo a todo el mundo ni tengo tanto amor para dar
que me gustaría salir a repartir abrazos a desconocidos. No salgo a repartir
sonrisas ni vivo pensando en lo bonito que sería el mundo tal y como lo ponen
en las portadas de las revistas que ofrecen algunos grupos religiosos, en las que
se ve a la gente en medio de leones y criaturas salvajes jugando y departiendo en
los parques.
No me interesa ese tipo de idealismo, me conformo con vencer
nuestra indiferencia histórica frente a los problemas que nos azotan y no conformarme
con la idea de no hacerle daño a nadie pero tampoco ningún bien. Me gusta ser
parte del cambio, me gusta participar activamente aunque me equivoque y vaya en
contra del pensamiento de muchos, y creo que rechazar el uso de la palabra odio
es parte de ese cambio que necesitamos.
Espero que no me odien por escribir esto. Espero que antes
de escribir, aunque sean esos 140 caracteres que hoy nos definen y nos permiten
expresar lo que sentimos, pensemos bien cada la carga que una sola palabra
puede tener, en especial esa, el odio.
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