miércoles, 4 de enero de 2012

Sobre las relaciones de hoy

Debo aclarar que no soy un experto en relaciones, de hecho, cargo con un divorcio a cuestas (no solo por el apellido de mí ex esposa: Cuestas) y una que otra relación amorosa intensa pero fallida. Una vez hecha la aclaración puedo proseguir a dar rienda suelta a lo que pienso acerca de este delicioso tema.

A todos nos gusta tener alguien a quien queremos ver o escuchar tan pronto abrimos los ojos en la mañana y antes de terminar el día. Todos queremos preocuparnos por alguien y que esa persona se preocupe por nosotros, pensar como pareja y hacer proyectos en conjunto, todas esas mentiras que nos metemos para sentir que finalmente encajamos en algún lado y poner un peso sobre el otro que en cierta forma garantice su compañía temporal.

Esta forma de pensar y el sentir la necesidad de amar y ser amados nos lleva a vender nuestros más profundos ideales y desarrollar múltiples personalidades (cada una más fastidiosa que la anterior) que al final terminan brindando un abanico de posibilidades a cada miembro de la pareja para justificar su decisión de dar un paso al costado.

Al final todo lo hacemos pensando en nosotros y nuestro egoísmo genético y cultural se impone poniéndonos al desnudo frente a esas personas a las que por determinado periodo de tiempo hemos hecho todo tipo de promesas insostenibles (lo más tenaz es que criticamos a los políticos por hacer lo mismo).

Durante la etapa de atracción se presenta ese deslumbramiento (obnubilación del entendimiento que provoca la fascinación por alguna cosa) en la que sentimos que nuestras vidas giran en torno a ese ser extraordinario y pensamos que la vida se había tardado un poco en ponernos esa pieza del rompecabezas que faltaba.
Con la vida en su apogeo y orgullosos de tener a nuestro lado a la persona correcta emprendemos el más oscuro de los viajes hacia nuestra dimensión masoquista en la que renunciamos a nuestra identidad, a ese ser que con tropiezos, confusiones y dolor habíamos ido forjando, hacemos todo para no perder el equilibrio en esa cuerda floja mal llamada: amor verdadero.

Nuestros grandes amigos casi en actitud de súplica nos dan una llamada para que notemos su existencia, el deporte, los hobbies y las actividades que hacían parte de nuestra vida entran en un receso que por momentos amenaza con ser definitivo. Las comedias románticas, películas para adolescentes, el humor gringo insulso, el reggaeton y el vallenato entran a formar parte de nuestra existencia, echando por el suelo ese ser humano medianamente decente que existía (algunos llegan al extremo de ver realitys mientras pasan un partido de fútbol de su equipo del alma).

Las tardes con los suegros, las salidas en grupo, las visitas a la tía y todas aquellas cosas que siempre afectaron nuestro sistema nervioso se vuelven un tema recurrente y asumimos esa actitud perdedora y conformista en la que no queremos arriesgar el cariño que nos hemos ganado (“es que usted es parte de la familia mijo”).

Llega entonces el momento de la verdad en el que tanto uno como la otra persona descubre que tiene muchas cosas por vivir, que debe pensar en sí mismo (cosa que nunca ha dejado de hacer), entiende que su vida marcada por los astros y el linaje de su familia (familias colombianas de abolengo descendientes de la realeza europea, intelectual, brillante, noble y pacífica que piso tierras americanas para colonizarlas) está destinada a cosas mayores y el mundo entero se encuentra en pie de lucha por contar con su presencia, con su carisma, con su aporte.

Momento del adiós, de reflexiones y balances, de reencontrarse con el mundo que habíamos abandonado y de darnos cuenta que el rompecabezas de nuestra vida está completo, que no necesitamos estar buscando piezas faltantes, que simplemente debemos dar sin esperar nada a cambio. Las relaciones de hoy son eso, cosas de hoy, del día a día porque sencillamente mañana no lo sabemos.

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